martes, 20 de agosto de 2013

Recuerdos entre la cal

65 años me separaban de la última vez que un miembro de la familia Chicón pisaba la casona majestuosa y solariega de calle Armiñán 31, aquella que había pertenecido a mi madre y su familia en la hermosa ciudad de Ronda. 

 Después de muchas ocasiones en las que solo me atrevía a fotografiarme en su fachada, decidí pedír permiso a la nueva propietaria, Isabel, una señora mayor, amable y muy atenta que nos invitó a pasar mientras nos hablaba de cómo era la antigua casa que aún hoy sigue dando a dos calles, San Antonio y Armiñán y que mantiene en algunas habitaciones los originales suelos de baldosas hidráulicas de distintas tonalidades marrones. 

 Sin apenas palabras y a través del umbral en un día muy señalado en el que casualmente enseñábamos la ciudad a un amigo de Buenos Aires al que no veía desde hacía 19 años, las emociones estaban a flor de piel, por un lado poder compartir este hecho con Horacio y segundo poder revivir de alguna manera la infancia de mi madre e intentar escuchar entre las sordas paredes aquellas risas de niños y las vivencias que escondidas tras sus muros, guardaba silenciosamente. 

 Uno se siente pequeño ante los recuerdos y resulta difícil hacerse a la idea de que aquel tiempo se fue y se llevó incluso a quienes fueron felices y dejaron su huella entre aquellas paredes que hoy contemplaba boquiabierta mientras parecía escuchar las anécdotas que tantas veces mi madre me había contado sobre su infancia rondeña. 

 La escalera hoy enlosada y adaptada a la época actual guardaba su historia de barro y madera de antaño, mientras los techos mucho más bajos y enlucidos habían perdido aquella gran altura de la que nos hablaba su actual dueña.

Mientras Isabel se esmeraba por ponernos al día sobre la casa insistiendo en que tomáramos algo, yo intentaba ver a mi madre jugar entre aquellas habitaciones y mi mente ansiaba poder oír fervientemente algún sonido que me trajera aquella voz infantil, incluso hubiera dado algo por oÍr a mi abuela llamándola, y hasta quise imaginármela con su delantal preparando sus exquisitos guisos y llenar la casa con aquel aroma inigualable de sus papas fritas con tomate o de papas viudas. 

 Quizás infantilmente, puse mis manos disimuladamente en el quicio de la puerta, imaginando que alguna fuerza especial y poderosa me permitiría ver en el pasado y descubrirlos a todos en una entrañable escena familiar, pero solo conseguí el sabor amargo y cruel de la realidad, aquella que se lleva a las personas pero no lo que les perteneció. 

 Aquel edificio por un momento me devolvió muchos recuerdos, pero mientras Isabel cerraba la puerta de la que hoy es su casa, mi corazón se dio cuenta que aquella puerta ya estaba cerrada para mi madre hacía tiempo entonces es cuando irremediablemente, eres consciente de lo poco que importa lo material y lo frágiles que somos y sobre todo que fugaz es el tiempo para nosotros….

Los recuerdos y las vivencias van dentro de nosotros y podemos trasmitirlos pero somos los únicos que estamos dotados para vivirlos por eso nuestros momentos son tan importantes por lo únicos y efímeros que resultan....

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