Adios Stuart

Estos días que he estado tratando el tema de la amistad, no he hecho hincapié de alguien que vivía con nosotros y aunque pequeño, peludito y bastante silencioso, no menos querido por los miembros de mi familia. Ayer se quedó dormido en su jaula y las lágrimas de todos nosotros dejaron una nota húmeda y triste en una fría, muy fría,  tarde de invierno.

Llegó a casa gracias a un compañero de trabajo, Jacinto, que me lo regaló hace años cuando trabajábamos en el Edificio de calle Córdoba, por su parecido con la mascota de una película infantil, le llamamos Stuart (Stuart Little), su pelito negro, su carita blanca y una raya que cruzaba a lo largo de su espalda, nos recordaban este personaje, además de su carisma y sus ojitos brillantes y negros. Fue un compañero de juegos de mis hijas y aunque tímido y asustadizo Stuart se hizo querer por todos.

Ayer se fue, se quedó dormido y nos dejó dormido el corazón. Parece increible que una cobaya despierte esos sentimientos tan profundos, pero así es, a todos se nos cayó una lágrima, quizás mucho más al comprobar la ternura que nos sobrecogía al ver su cuerpecito pequeño rendido al sueño más profundo, a un sueño inmenso y a la vez terrible que nos separa de lo que más queremos y del que solo podemos protegernos para acallar nuestra pena, sintiendo que fue querido, alimentado y protegido y que el tiempo que vivió con nosotros, casi siete años o más formó parte de nuestras vidas, de nuestra cotidianidad y de nuestro cariño.


Su peculiar forma de pedir lechuga, sus patitas arrastrándose por el suelo y aquella mirada inocente que nos hacía protegerlo ya no volverán pero es muy posible que a pesar de su pequeñez nunca olvidemos la grandeza del gran cariño que nos inculcó. Adiós Stuart, pequeño amigo.