Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.
Escrito por la periodista Ángeles Caso
Ya lo conocía pero no viene mal recordarlo.
ResponderEliminarGraias por visitar y comentar en mi blog.
Un saludo
Gracias Chelo, si....son palabras muy sabias para tenerlas en cuenta.
ResponderEliminarUn saludo
Que bellas palabras. Comparto lo que dice y vivo de la misma manera. Realmente para vivir solo se necesita el amor de los que nos rodean , buena salud y el dinero suficiente para sobrevivir. Muchos dicen estas palabras pero en¡seguida en algún desliz muestran la hilacha.
ResponderEliminarGracias por pasar y comentar en mi cocina.
Cariños
Ah! Te lo robo, me lo llevo!
ResponderEliminarjaja me parece bien Erika tambien podes robarme alguna recetita de otro de mis Blogs
ResponderEliminarhttp://purochokolat.blogspot.com.es/
Bss
Fijate tú, que no me extrañaba nada que lo hubieras escrito tú, y así lo pensaba hasta que he llegado al final. Porque tienes esa forma tan extraordinaria de expresarte, de que los vellos se pongan de punta y entre un escalofrío de emoción por el cuerpo, cuando tú te desnudas y cuentas... Hermosas palabras, sí señor, que vienen muy bien recordarlas.
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