sábado, 5 de septiembre de 2015

Morir cuando se huye hacia la Vida

Seria importante no solo leerlo...

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(Susana López Chicón) Tendido en la arena de la playa,  con una postura casi fetal como queriendo acurrucarse de nuevo en el cuerpo de su madre y escupido por un mar embravecido que nos deja impotente los cuerpos en la orilla,  quizás para mostrarnos a la cara y de una vez por todas conmovernos,  por los miles de cuerpos que son tragados por él sin tener culpa.
La culpa es de tantos poderosos que vuelven la cara a otro lado, que justifican para acallar sus conciencias esta desgracia terrible a una guerra que no les atañe.  El mar como una fuerza incontrolable de la naturaleza, es irracional y peligroso, pero inocente de estas desgracias debidas a los seres humanos que ponen en sus aguas a personas indefensas que huyen del caos y el hambre y solo quieren vivir en paz y poder dar alimento a sus hijos.
Una vida normal como a la que aspira el resto del mundo.
Quizás ahora las imágenes han mostrado un niño bien vestido que podría ser como uno de nuestros hijos europeos,  Aylan no es negro,  ni está desnudo, ni entra en los cánones a los que parecemos estar habituados de esos niñitos famélicos y hambrientos, que muchas veces ya vemos como si de una película se tratase y no con la realidad cruda y desoladora que deberíamos verlos. Nos han habituado a estas imágenes desgraciadamente y ya damos por hecho que poco o nada podemos hacer por ellos,  pero este niño nos ha acercado más a nuestros hijos, a nuestro entorno, a nuestra cotidianidad y por eso nos ha sacudido más la hipócrita realidad en la que vivimos.
Aylan iba con sus padres supongo que terriblemente asustado, en esa  barquita hinchable de goma en las profundas y devastadoras aguas de un mar desconocido,  pero quizás sin tanto pavor por el hecho de que sus padres y su hermanito viajaban con él formando parte de esas miles de personas que a diario sacan pasaje a la muerte, un pasaje en el que la esperanza por vivir  felices ha convertido a ese padre y a otras tantas familias en una tragedia terrible.
Mil dólares pagados por cada plaza a traficantes sin escrúpulos,  malditos vendedores de muerte y desolación, que cambian billetes por esperanza. Sin chalecos salvavidas, sin saber nadar y con las manos entrelazadas la familia Kurdi como otras tantas ansiaba ver la costa donde empezar una nueva vida alejados de las bombas y la sangre que corría por sus calles de Siria. Cuatro años de guerra, sin sentido como todas, pero que obliga a huir a seis mil personas a diario. Aylan cuyo nombre significa confiado, aventurero, emprendedor y valiente no pudo serlo como tampoco los más de 120.000 seres humanos, entre ellos 14.000 niños como él,  que sin salir a la superficie también han sido tragados por el mar, la única diferencia es que quizás el mar asqueado de los humanos nos haya devuelto en la arena a Aylan para avergonzarnos y lo haya dejado arropado en la orilla mostrándonos mucha más vergüenza de la que los gobernantes tienen. Seguramente cada uno de los estados de Europa hayan cerrado sus puertas a los refugiados pero seguramente ahora, más de un padre de familia, a pesar de la crisis, esté esperando tender su mano y acoger a estas familias como si fueran la suya propia.

/Morir cuando se huye hacia la vida

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