lunes, 4 de junio de 2012

Cuento con moraleja

Había una vez un príncipe y una princesa que vivían muy felices en su castillo acompañados de tres pequeñas princesitas que jugaban en el jardín. 

Sin embargo aquella vida apacible rodeados de ciertas comodidades, generaba la envidia de algunos de los bufones de la corte y de las dos brujas, que no hacían más que mandarle brebajes a la princesa cargados de ranas y sapos que ella pelaba concienzudamente, desmenuzaba, cocinaba y se tragaba, a veces sapos enteros y otras veces ranas con ancas incluidas.

 La princesa no se daba cuenta de cuanto daño hacían esos brebajes y cuan cargado de veneno estaban y escupía por la boca,  vomitándolos con tal hedor que dejaba estupefactas a las princesitas mientras el príncipe se acaloraba, rugía y ponía los ojos desorbitados en blanco.

Aquellos bufones eran allegados a él y no consentía que la princesa dijera que las ranas estaban envenenadas, ni reconocía que olían mal y tenían mal color, ella sin saberlo las pelaba una y otra vez, dándoles la vuelta una y otra vez y cocinando una y otra vez sus entrañas más recónditas hasta que se convertían en sapos grandes y asquerosos que luego esparcía por el palacio en forma de malolientes efectos secundarios.
Cuento para lavarse los dientes
Un día pensó en cerrar ventanas y puertas del castillo para que las ranas y sapos no llegaran, pero los bufones cogían aparte al príncipe y le llenaban las arcas, los cofres y le ofrecían gran cantidad de brebaje que él no dudaba de llevar o traer.

Así la princesa fue desmejorando, el príncipe enfermando y las princesitas sufriendo tremendos dolores de pancita. Un día ella levantó un muro, un enorme muro en las puertas del palacio, cerró con grandes lozas la entrada y los resquicios por donde las ranas podían saltar y colarse, pero aún así siempre estaban saltando por las dependencias y resultaba imposible no comerse alguna y vomitarla después.

Su relación con el príncipe empezaba a hacer aguas y estaba pasándole factura aquella tremenda indigestión de ranas, sapos y demás bichos, así que no tuvo más remedio que consultarle al oráculo de la corte, él era un hombre sabio y con mucha experiencia que podía ayudarla.

Estaba claro que el príncipe no era capaz de ver lo mal que les sentaban y era totalmente manipulado por ellas de tal manera que hasta las veía verdecitas, inocentes y saltarinas y que no perjudicaban para nada si iban o venían , entraban o salían y era ella las que las veía ya demasiado podridas con lo cual no quedaba otra que tomar un antídoto antes que los envidiosos bufones acabaran con el castillo, el jardín, el príncipe, las princesa y las hermosas princesitas.

El oráculo le dijo que aquello era una situación difícil y que consultara con el mago de la corte, que era el único capaz de preparar una loción o una pócima que todos deberían de beber, pero aclaró que era muy importante seguir las instrucciones de la misma y entregó un papelito a la princesa con los datos que debía tener en cuenta y los pasos a seguir, pero sobre todo le rogó que aunque tuviera aquellas apariciones constantes por la casa, las ignorara y no las viera, que no se le ocurriera tragarse ningún sapo ni que pelara una y otra vez de manera compulsiva alguna de aquellas maliciosas ranas, y hasta que las pisara. las saltara o las esquivara si fuese preciso pero mucho cuidado con probarlas,  comerlas, degustarlas y vomitarlas que aquello podía acabar en la enfermería o pero aún en el fondo del más oscuro abismo que parecía ser era el lugar donde los bufones se empeñaban en llevar a la feliz familia.

Ella seguía viéndolas aquí y allá, en el estanque, en el patio, saltando por las paredes y en la cocina, entraban hasta por las tuberías más recónditas pero empezó a hacer un ejercicio de ignorancia tal que aunque las seguía detestando ya no quiso probarlas, ni degustarlas con la esperanza de que aquellas repugnantes figuras desparecieran del todo….”No permitas que ninguna rana acabe con lo que posees ni cambie de tonalidad tu vida, no sufras, no te las tragues, ignóralas” le dijo el mago pues aquella recomendación era el mejor antídoto que podían tomarse.

Y colorín colorado, el cuento aún no se ha terminado….

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